Unas canastas, unas cervezas y unos cigarrillos

Doy por sentado que si lees estas líneas es porque te gusta el baloncesto. El porqué ya es cosa tuya. En cualquier caso, es posible que coincidamos en alguno de los muchos motivos. Quizá el primero de ellos sea que hemos jugado alguna vez.

Al menos en mi caso, y ahora que la salud ya no me deja revivirlos físicamente, algunos de mis mejores recuerdo están ligados a la canasta. Me basta con dejar escapar la mente a hace unos años y sonreír recordando a Carlos, a Sergio, Alberto… Y esas tardes de calor inclemente en las que compartíamos unas canastas, unas cervezas y unos cigarrillos –no necesariamente en este orden ni por separado-.

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Como paso por poquito del metro setenta, solía jugar de base. Eso sí: para no haber superado nunca la categoría “Amiguetes” no era fácil robarme el balón, pararme en un contraataque ni defenderme cuando veía el hueco para una asistencia. Claro que tampoco era la mía lo que se entiende por una gran muñeca.

Recuerdos agridulces

Recuerdo un día, de esos en los que nos juntábamos los suficientes como jugar un cinco contra cinco con uno o dos suplentes por bando en el que me sorprendí a mí mismo pasando de los veinte puntos, asistiendo e incluso penetrando a canasta… Uno entre mil, pero forma parte de mis recuerdos, de mi vida. Y podemos perder todo menos lo que ya hemos vivido.

Tal vez por eso me apasiona este juego, porque yo mismo me lo he tatuado, a base de momentos, en la vida.

Por supuesto, no ha sido bueno todo lo que ha sucedido en una cancha… Es duro ver como una mala caída deja a tu amigo con el brazo roto por tres sitios; y yo mismo tengo los dedos deformados de esos rebotes y esos pases que no sabes medir bien y que convierten el balón en un arma arrojadiza.

Valores

Pero todo ese dolor, esos malos ratos, tienen su reflejo inverso en cuanto aporta este bendito juego a quienes lo practican: al final se trata de un deporte de equipo que te enseña valores como la amistad y la colaboración, sin dejar de exigirte un esfuerzo y una constante ansia de mejora.

Claro que, todo lo dicho hasta aquí no es sino racionalizar una pasión, pretender abarcar el sentimiento con palabras. No. Para que te guste el baloncesto, y que sepas por qué es así, lo ideal es que hayas jugado, aunque sea sólo en la categoría de “Amiguetes B”.